Por Álvaro Medina Mejía – Amedinamejía.
Era de muchos y solo para machos salir del turno de la noche tan temprano.
Rosellón quedaba a 37 minutos de su casa y el abuelo tendría que pasar por el callejón de la mula fantasma que probaba la fortaleza de quienes transitaban a oscuras por allí.
Esa madrugada no apareció la mula. Sin embargo, se vio una luz que le persiguió hasta llegar a su casa, mientras el viento le empujaba por las calles estrechas. Supo que algo malo iba a pasar.
Llegó a la casa con su respiración agitada, cerró la puerta y prendió una vela a las almas del purgatorio para luego despertar a la abuela y rezar junto a sus dos hijas pequeñas. Sintieron como el viento movió las ventanas y trató de entrar por la puerta que estaba asegurada con una tabla para cuñar.
Al otro día, la gente vio muchos árboles caídos en el suelo y registró en su memoria y la de sus familias, las historias de la gran bola de luz que tumbó cincuenta casas y el puente paralelo al envigado que decidieron no volver a levantar.
Ese fue el llamado fin del mundo en Envigado que el abuelo nos logró contar.